Guido es eminentemente clásico, mientras que Ma-
gariños por su Plegaria se inclina más al romanticismo puro, y por su Mburucuyá, reviste un carácter americano, uruguayo.
Pero examínese á Echeverría. Aquí los adversarios del clasicismo parecen pisar en terreno firme, porque se apoyan en las páginas elocuentes en que aquel gran poeta defiende con lamentable parcialidad al romanticismo, y ataca con bastante injusticia al clasicismo.
A la manera del Prefacio de Cromwell, las páginas de Echeverría estaban destinadas á producir una verdadera revolución literaria entre nosotros, proscribiendo, anatematizando al clasicismo, y entronizando un romanticismo especial, original, grande, como todo lo que produjo Echeverría.
El calor inusitado, el ardoroso entusiasmo con que están escritas esas páginas, deslumhran al lector y le conducen engañosamente de conclusión en conclusión, á proclamar el advenimiento de una poesía rara, tremenda, exótica, que cual desbocado corcel, sin obedecer á freno alguno, sin sujetarse á la más mínima regla, “pueble el aire de silfos, el fuego de salamandras, el agua de ondinas, y el cielo y el espacio de gerarquías de entes incorpóreos, de genios, espíritus, ángeles, anillos invisibles que ligan la tierra al cielo, ó el hombre á Dios...”