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RESEÑAS Y CRÍTICAS

La tribuna de la prensa estaba debajo de la del cuerpo diplomático. En la misma fila están las destinadas á la presidencia de la República, á los presidentes de la Cámara y Senado, á los miembros del Parlamento, etc : todos los dignatarios tienen su tribuna especial. Más arriba estaban las llamadas galerías, donde es admitido el público, siempre que presente sus tarjetas especiales.

Las sesiones son tumultuosísimas. Se camina, se habla, se grita, se gesticula, se ríe, se golpea, se vocifera, mientras habla el orador, al unísono. En presencia de semejante mar desencadenado, se comprende que el orador no sólo debe tener talento sino sangre fría, golpe de vista y audacia á toda prueba. La mímica le es indispensable, y la voz tiene que ser tonante y poderosa para dominar aquella vociferación infernal. Tiene que apostrofar con viveza, que conmover, que hacerse escuchar.

He asistido á sesiones agitadísimas, á la del incidente Cassagnac-Goblet, á la de la interpelación Brame, y á la de la interpelación Lockroy, que tanto conmovió á París en mayo del 79. Tiempo hace de esto, pero mis recuerdos son tan frescos que podría describir aquellos debates como si recién los presenciara.

He oído, ó más bien dicho: visto, oradores que no pudieron hacerse escuchar y que bajaron de la tribu-