mente á un imperialista, el barón Dufour, para que se restableciese el silencio...
Concluye el ministro su discurso, y salta (materialmente: salta) sobre la tribuna el interpelante; vuelve á constestar el ministro, y torna de nuevo el interpelante... ¡qué vida la de un ministro con semejantes parlamentos! El día entero lo pasa en esas batallas parlamentarias... supongo que el verdadero ministro es el sub-secretario.
Gambetta, el tan llorado y popular tribuno, presidía cuando M. de Cassagnac desafío en plena Cámara á M. Goblet, sub-secretario de Estado. Estaba yo presente ese día. ¡Qué escándalo mayúsculo! Pero Gambetta dominó el tumulto, hizo bajar de la tribuna á Cassagnac, lo censuró, y calmó la agitación.
He oído varias veces á M. Clemenceau, el gran orador radical. Le oí defendiendo á Blanqui, el condenado comunista, que había sido electo diputado por Burdeos. Es uno de los oradores que mejor habla y que posee dotes más notables. Como uno de los contrarios (hay que advertir que la izquierda estaba en ese caso en contra de la extrema izquierda ) le gritara: "basta!", él contestó sin inmutarse : "Mi querido colega, cuando vos nos fastidiáis, os oímos con paciencia. Nadie es juez en saber si he concluido, salvo yo mismo", y después de este apóstrofe tranquilo,