bre lo ha definido magistralmente. Es, dice, el ímpetu de un espíritu dotado de la aptitud más esquisita para sentir, comprender y explicar todo: es el movimiento libre, irregular y audaz de un pensamiento siempre dispuesto, que ama esas trampas tan temidas de los retóricos: las digresiones, y que se abandona con gracia á ellas cuando por casualidad encuentra un misterio del corazón para aclararlo, una contradicción de nuestra naturaleza para estu- diarla, una verdad despreciada para enaltecerla : un pensamiento al cual atrae lo desconocido por un secreto magnetismo, y que bajo apariencias ligeras penetra en las más obscuras sinuosidades del mundo mo- ral, da á todo lo que inventa, á todo lo que reproduce, el colorido del capricho, y crea por el poder de la fantasía, una imagen móvil de la realidad más móvil aún.
Ahora bien; léase con atención el último libro del señor Cané y se encontrará confirmada la exactitud de esa pintura en muchos y repetidos pasajes. Y casi me atrevería á asegurar que es justamente en los pasajes en que el autor se ha abandonado con más naturalidad á esa tendencia, que el lector con más justicia se complace.
Edmundo De Amicis en algunos de sus libros afortunados ha hablado de la página magistral, la página