reforzada, y el brillante desfile, con banderas des-
plegadas, de aquellas tropas que evacuaban por
orden superior una tierra generosa, á donde habían
ido á llevar la invasión más inícua y más inexcusa-
ble que recuerde la historia de este siglo.
Hay en esa parte páginas que recuerdan la inten- sidad de descripción que caracteriza al ya famoso libro de Zola, La Debácle, y, como éste, esos cua- dros hacen sufrir. Y si esta impresión producen en un lector extranjero, ¿qué eco no evocarán en el alma dolorida de un mexicano, al recordarle tan á lo vivo esos dias negros para el patriotismo? Sobre todo, el capítulo en que describe el funcionamiento fatalmente sumario y abusivo de los tribunales milita- res, aquella farsa de procesos, en los cuales jueces y acusados hablaban idiomas diferentes, sin acertar á comprenderse!
Paso por alto mil detalles. Así, la muerte del padre de Pedro, recuerda á esos cuadros admirable- mente perfectos de la escuela holandesa, cuando retrata alguna escena de interior. Lo mismo diríase de las visitas al cementerio.
En la segunda parte hay trozos notables y que permiten arrojar una mirada escrutadora hasta el fondo del alma mexicana, en alguna de sus clases so- ciales. Así, aquella partida de tresillo en plena capi-