libros banales nacen y mueren sin dejar recuerdo si-
quiera de su fugitiva existencia, por grande que sea
la boga momentánea que sus cualidades más ó menos
brillantes hayan podido producir. ¿Quién se acuerda
hoy de los libros del vizconde de Arlincourt, el autor
más popular de suépoca? Y ¿quién dejará de leer por
los años de los años el Werther de Goethe? Y eso que
el Werther ha perdido la razón de ser de su popula-
ridad de origen, pero queda en pie el problema eter-
no del alma, desgarradas sus túnicas por mano maes-
tra. Sólo viven en la posteridad los libros que ha-
blan al alma misma, que fuerzan á pensar, que obli-
gan á encarar problemas, acerca de los cuales el co-
mún de los mortales prefiere contentarse con las so-
luciones banales que hay siempre ad usum delphini.
El libro de Gamboa tiende á entrar en la segunda categoría, y en ello consiste, paréceme, su elogio más sincero y más profundo.
Agosto de 1892.