Cultivar las artes en condiciones semejantes, es pretender desviar con el simple brazo el cauce de los ríos, es marchar conscientemente al más penoso de los sacrificios, al suicidio moral que implica para el que siente en su pecho la luz divina, tener que dejar la apagarse y presenciar impasible las oscilaciones desesperantes de una llama que se extingue y que pugna por iluminar.
¿Quién tiene tiempo de más en nuestra vida tan ocupada, para detenerse ante una obra de arte, es decir, para apreciarla y comprenderla ? Porque para ello no basta ni la fortuna adquirida ni el ocio momentáneo : se necesita el criterio y el gusto, y estos no se improvisan ni en una ni en dos generaciones, ni adquieren vida propia cuando no existe tradición,y menos en sociedades que cambian incesantemente, como la superficie del mar perpetuamente movida por las olas eternas, que se suceden unas á las otras sin que hayan dos que se parezcan.
De ahí que, olvidando el viejo dicho de que nada hace la naturaleza á saltos, escollen las tentativas, repetidas sin cesar, de formar entre nosotros escuelas artísticas. Los gobiernos han sido más ó menos pródigos en enviar á Europa á los jóvenes que demostraban decididas inclinaciones artísticas, les han dado los medios para formarse allí, para producir, y