les. Cierto es que el artista se ha dado cuenta de la dificultad y, en lugar de atacarla de frente, ha adoptado el medio más fácil — y que es á la vez el más común — de preferir los movimientos oblicuos, que presentan así las figuras de tres cuartos.
Según el temperamento de los espectadores, le es más simpático á uno el cuadro pintado con grandes y vigorosas pinceladas, y á otro aquel en el cual no se alcanza á distinguir entre si las pinceladas mismas. Tela hay en el Salón que es notable de este último punto de vista: hay, es cierto, más conclusión en ese género, pero falta quizá la inspiración nerviosa que guía la mano del artista y que á su turno se apodera del espectador, sugestionándolo hasta el punto de que no para mientes en lo inconcluso de ciertos detalles, en cambio de la ilusión general de la escena.
En cambio, contémplese tal retrato en el Salón, y se vé cómo el artista, con líneas quizá inconclusas, ha logrado trasmitir la expresión del sentimiento mismo de la fisonomía, deteniéndose en el límite peligroso que separa esa representación de verdadero arte, del meticuloso anhelo de completar todas las líneas, todos los rasgos, todos los detalles — lo que, aun cuando sea exacto, es infiel, porque no es en realidad lo que el ojo percibe.