las naciones europeas, y nuestros publicistas y nuestros hombres de Estado obran lógica y patrióticamente haciendo de la cuestión de la lex domicilii de la ciudadanía natural, una conditio sine qua non de nuestra existencia presente y futura como nación. En este punto, pues, ciertamente la divergencia con el señor Calvo es inconciliable, aunque es indudable que, si en su cargo diplomático tiene que intervenir en alguna cuestión relativa á aquella, pospondrá á la legislación positiva de su país sus doctrinas personales. Pero de esto no se le puede hacer un cargo ni un reproche de falta de patriotismo. Profesa una opinión sostenida por los principales tratadistas, defendida por los más notables hombres de Estado, y que es la base de la legislación de las primeras naciones del mundo. Es, además, perfectamente natural que el señor Calvo, viviendo en el mundo científico europeo y escribiendo sobre todo para la Europa, haya adquirido la convicción de que la doctrina que sostiene es la mejor y la defienda por lo tanto con el debido calor. El hecho de que el señor Calvo sea argentino no le impone la obligación de abrazar tal ó cual doctrina, y justamente en la omnímoda libertad de opiniones que caracteriza á la época actual, sería un grosero contrasentido hacer de eso un reproche al publicista americano. Pero él también, con la amplia
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Apariencia