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lo PACIINAS INMORTALES

Inicjado esa mañana el tiroteo por el barrio del Alto ó de San Telmo, los ingleses, á hormigas «olo- radas parecidos, iban ganando terreno de casa en

2. £ cada instante se detenían á beber en algu- na pulpería ó negocio abandonado que encontraban al paso, y así la columna de petos colorados, si bien avanzaba gradualmente, iba dejando en cam- bio muchos ébrios rezagados.

Cerca ya del medio día, una docena de éstos, ar- mados con sus fusiles y bayonetas, cayó á la casa de Doña Martina pidiendo con yoz aguardentosa algún licor con que satisfacer la sed.


—¡ Cómo uo, mister, con mucho gusto!—díjoles la criolla en tono varonil y entreabriendo «on pre- caución solo el cuarto de hoja superior de la puer- ta. —Ya les voy á dar aguardiente, todo el que quie- ran, pero no vayan á entrar juntos porque el des- pacho es reducido. Pasen de á uno y cuando las muchachas hasan seña.

Los ingleses, sea porque tenían orden severísima de no hacer violencia al pueblo, ó por que se les ibau los ojos trás de las. lindas hijas de Doña Mar- tina, el caso es que á pesar de la borrachera que tenían encima no profirieron un solo denuesto ni

cometieron el más insignificante desmán.

—Que entre unoi—dijo la menor de las Céspe-

des, señalando con el dedo para ser mejor enten- dida.


Y un inglés, dando traspiés, penetró al interior.

—Que pase otro!—repitió la misma, un minuto después,

Al poro rato, las doce ingleses habían traspues-