más vivas y patentes en el hombre-soldado las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. La fe en salir vivo de la campaña; la esperanza en hacer carrera, y la caridad más amplia para con sus hermanos de la profesión.
De fijo no hay compañero desvalido, aunque pierda á un elijan, por elegir mal, desde el reloj, hasta el tabaco y la camisa, porque se le arma, y el perdidoso continúa equipado, echando más humo que un demonio, y sigue el juego; no hay que pensar tampoco en mañana, porque mañana Dios dirá, y se sigue jugando, bebiendo y fumando.
Encierra tales y tantos atractivos la vida de cuerpo de guardia en tiempo de guerra que, dadas las condiciones ordinarias de la virtud, corrompe por lo general la virtud misma hasta en los que hacen profesión de virtuosos; y asi se ve á muchos capellanes de regimiento que, en alegre compaña con sus feligreses, fuman, beben y juegan desde que el sol se pone ó termina la jornada, hasta que nace el sol y suena la Diana.
No es esto último indicar, ni por asomo, la idea de que en el cuerpo de guardia del Principal donde jugaban, bebian y fumaban los oficiales de la legión, hubiese capellán metido entre ellos. La legión argelina no tenia capellanes, como creo haber dado á entender, y entre todas aquellas gentes de bizarras figuras, de gayos uniformes y de retorcidos mostachos, tan solo estaba el Chori sin bigote y sin uniforme, aunque no con menor desembarazo que los demás concurrentes.
El Chori fumaba, el Chori bebia y jugaba; él daba tabaco, él mandaba traer vino de lo suyo, y en cuanto á los dineros, los ganaba ó perdia, prestábalos ó los cobraba como si fueran pocos para su largueza ó como si no fuesen suyos.
Queríanle todos bien, y nadie pensaba en que pudiera ser reo de la culpa que le achacaban los dos soldados borrachos y tramposos.
El arriero, por su parte, se habia contagiado, sin sentir, de las delicias de la vida militar en aquel cuerpo de guardia ó en aquella cápua de la legión argelina (cada regimiento tiene la suya); y ya apenas curaba de que cuidasen sus machos, y no le atormentaba la falta de su libertad.
Si es cierto, como afirma la filosofía vulgarizada, que la educación sea una segunda naturaleza, esto es, una naturaleza artificial que sustituye á aquella primera en que nacimos, fuente del