dueño de los ánimos, y arraigado con la costumbre y uso no bastó el triunfo de Julio á sastisfacerle y calmarle. La prensa que servia de órgano á los descontentos, sin detenerse en los ministros responsables asestó más alto sus tiros, y fué en vano que la templanza personal del nuevo Monarca diese al sistema liberal de su gobierno prendas de seguridad completa. Tampoco le sirvieron de escudo las virtudes ejemplares de su familia, ni las dotes militares y cívicas de los Príncipes. Contra el Rey se dirigieron los esfuerzos de la oposición anti-dinástica, las agresiones de la imprenta y por último el puñal de los asesinos. Llegó un día á su colmo el terror y la indignación de las clases conservadoras que sostenían al Gobierno, cuando una lluvia de metralla disparada por asesinos contra el Monarca á quien dejó ileso, causó á su alrededor multitud de muertes y estragos. Como las pasiones que hervían en el fondo de la sociedad se abrían paso á la superficie por el órgano de la prensa, contra ella estalló la indignación, y contra ella fueron presentadas y votadas las leyes de Setiembre.
Han ocupado gran lugar en la reciente discusión aquellas leyes, acaso por la circunstancia de haber sido su principal autor y campeón M. Thiers, defensor acérrimo ahora de la libertad de imprenta, á la cual rinde, según ha dicho, aun mayor culto que en anteriores épocas de su vida: el tiempo que ha trascurrido, y las lecciones severas de la experiencia, no pueden menos de mitigar la exageración con que aquellas leyes fueron juzgadas, y amigos extremados de la libertad de escribir, proclaman actualmente, al cabo de más de treinta años, que desearían ser regidos por el sistema de aquellas leyes. La parte esencial de ellas, y la que todavía ofrece mayor ocasión á la crítica, era la que trasladaba del jurado á la Cámara de los Pares la jurisdicción en caso de ofensas inferidas al jefe del Estado. No ofrece interés para nosotros el debate que ha mediado entre el guarda-sellos M. Baroche, y el autor de aquel proyecto sobre la cuestión de si era ó no conforme á buenos principios legales aplicar á semejantes delitos la calificación de atentados. A pesar de cierta agravación de rigores, justo es confesar que si bien quedaba al abrigo de aquel tribunal político la persona del Rey, que era irresponsable según la Carta, no por eso se puso límite á la discusión de los actos ministeriales sin que se recurriese en manera alguna al sistema preventivo, y sin que al poder público quedase más defensa que la imparcialidad del jurado. Tampoco