acérrimo de las templadas reformas ahora propuestas por la prudente iniciativa del Emperador, es que si en 1848 á diferencia de 1793, fué posible que la mayoria cuerda é ilustrada en vez de someterse y consternarse, pusiera á raya y contuviese en Francia á la demagogia desenfrenada, y solo por un momento triunfante, en gran parte se ha de agradecer á la virilidad de carácter, á la difusión de luces, y á los hábitos de vida política, prendas que habian sido el fruto adquirido á costa de treinta años continuos de luchas constitucionales, y de que no han solido dar muestra las generaciones educadas en la enervante escuela de los gobiernos absolutos.
Terminada esta reseña, sucinta en cuanto nos ha sido posible, de las vicisitudes de la imprenta, durante los varios gobiernos que han regido la nación vecina, tiempo es ya de que hablemos de lo presente.
La ley presentada por el Gobierno imperial y que hoy es objeto de las discusiones del Cuerpo legislativo, es sobre todo importante bajo un concepto. El Gobierno se desprende en ella de las facultades del llamado sistema administrativo; desaparecen las advertencias, y además lo que habia de preventivo en el decreto de 17 de Febrero de 1852, esto es, la necesidad de autorización para fundar periódicos. A cargo de los tribunales queda exclusivamente la represión de los excesos de la imprenta. Aparte de este cambio, que es en nuestro concepto esencial y decisivo, todas las disposiciones de la ley parecen encaminadas á evitar los extravíos que siempre son de temer y más que nunca durante el primer período en que salen de estrecha sujeción los escritores y empiezan á usar de libertad desacostumbrada.
De esta misma manera lo han comprendido los individuos de la mayoría imperialista que se han mostrado opuestos al cambio. Era evidente que no tenían razón para decir que dentro de los límites del sistema represivo fuera blanda la ley, ni que dejase al Gobierno desarmado. Les incumbía demostrar que de modo alguno convenia abandonar el antiguo sistema, bajo cuya sombra ha prosperado y vivido en buen orden durante quince años la nación francesa. Así