catástrofes de 1848 los habían predispuesto á buscar refugio bajo la protección de un Gobierno resistente y vigoroso. Si á los revolucionarios no los cegara el furor, y pudieran ver lo que pasa durante los períodos de anarquía en el seno de cada familia, de cada casa de labranza, de cada taller y de cada tienda, conocerían que por sus propias manos, con el desasosiego y terror que ínfutiden, labran los sólidos fundamentos de próxima y duradera dictadura. No es corta fortuna que de esa dictadura se bagan dueños como ha sucedido en Francia, personas dignas de ella por la elevación de miras y propósitos. Pero esa multitud de vecinos pacíficos que van á arrojarse en brazos de quien pueda salvarlos, al dia siguiente se contentan con dar al nuevo Gobierno su voto, ó cuando más sus aplausos y bendiciones y pronto dejan abandonado y expedito el teatro de la política á los nuevos partidos. Al frente del que se formó en Francia después del 2 de Diciembre hubieron necesariamente de figurar los bonapartistas de la víspera, que habiendo acompañado á su jefe en días de prueba y de infortunio estaban mejor que nadie en el caso de inspirar confianza y respeto por la sinceridad de su propia adhesión y por la consecuencia de su conducta. Fueron también á reunirse con ellos los más deseosos de salir de las incertidumbres de la anterior política: los rivales y émulos de quienes antes habían ocupado el primer lugar en Cámaras y gobiernos: los más inclinados á buscar en la fuerza no restringida la salvación de una sociedad perturbada; los que siempre habían visto con sobresalto las agitaciones de la libertad, los excesos de la prensa y las peripecias continuas del régimen parlamentario. Al lado del Presidente, que no tardó en ser Emperador, fueron también á ocupar los primeros puestos algunos personajes notables, aunque no numerosos, de los que habían adquirido su experiencia y consolidado su reputación en las Asambleas políticas de la monarquía de Julio y de la república. Era además en aquellos días preciso buscar apoyo en los elementos resuelta é ilimitadamente conservadores. Descontento de la confusión y desorden de la república y de la insensata provocación que le obligara á mover contra franceses las armas que hubiera preferido emplear contra los enemigos de su patria, no podía el ejército negar su simpatía y apoyo al heredero de un nombre enlazado con la gloria de sus banderas. Extrañas á la inquietud que bulle y á las pasiones que estallan dentro de París y de otras grandes ciudades, era natural que las poblaciones
Página:Revista de España (Tomo I).djvu/38
Apariencia