zanos y de maizales; y el rio divide la población, extendiéndose luego al llano como un brazo protector de la labranza. ¡Oh manso Vidasoa! Limpias tus aguas, inocente tu curso, rústicas y apacibles tus orillas, jamás te vieron aquellos sencillos moradores convertido en espejo de delitos, hasta que estallando una lucha fratricida se mezcló tu caudal con sangre y se perturbó el cristal de tu corriente con golpes de cadáveres.
Era una noche que por largo espacio se mantuvo serena, y sobre el azul profundo del éter infinito, en donde refulgían las estrellas, apenas se iniciaba la luna con tal delgada curva, que más que astro parecia un perfil luminoso acentuando lo incesantemente admirable...... Acentuando la creación en aquel conjunto perceptible y vago, impenetrable y manifiesto del orbe sideral, que aviva la esperanza del alma humana hacia un fin eterno. ¡De nuestra alma, dichosa y necesariamente mística!
Y tras de tanta y tan sublime grandeza, más acá, muy más abajo, en este humilde suelo, cerca de la población sitiada y sobre la colina de Lecároz, se velan grandes fogatas, las que prolongándose por el Norte hasta la frontera de Francia y avanzando por el lado opuesto hasta junto á la villa de Irurita, revelaban un campamento militar con su aparente magnificencia y su desorden interior.
Cruzaban sucesivamente, ó ya en tropel y á favor de las llamas se distinguian bultos de hombres armados, de mujeres con cestos, cántaros ó botellas; ginetes cuyos caballos huian ingrávidos como el viento, y de cargados y embarazosos bagajes que iban á remolque con la perezosa resignación de los presidiarios: y allá en confuso todo, todo revuelto y con arrebatado colorido, entre estos y los otros objetos, sobre aquel fondo de cambiantes diáfanos, de vez en cuando se destacaban figuras infernales en agitado movimiento; diablos de claro oscuro..... digo.... (más que de claro oscuro) diablos iluminados con almazarrón y sombreados con humo, al parecer constreñidos á atizar sin descanso las hogueras.
Asi es que los poco versados en aquellos más comunes ardides de la guerra se preguntaban: ¿qué será tan poco ruido con tanto movimiento?
Los morteros de catorce pulgadas, que dirigían sus fuegos parabólicos á la villa sitiada, únicamente solemnizaban con pausado