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Página:Revista de España (Tomo VI).djvu/591

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El cardenal Cisneros.

taban y aparecian en escena pensaban en si: muy pocos en la pátria, que se desangraba y moria. El Duque del Infantado queria el obispado de Palencia para un hijo suyo. El Duque de Alburquerque exigia que Segovia volviese á poder de los Marqueses de Moya. El Duque de Nájera tenía celos del Condestable, y el Marques de Villena del Duque de Alba; de modo que bastaba que los unos se declarasen por el Rey Católico para que los otros dos le fuesen hostiles, sin más razon que ésta, por demás menguada. El Conde de Benavente queria que se celebrase feria en una de sus villas, con perjuicio notorio de Medina del Campo, y muchos más que tenian otras pretensiones, prestos á acudir, como dice con justa severidad Mariana, á la parte de donde se les diere más esperanzas de ellas, sin tener respeto al bien comun, si se apartaba de sus particulares. Hasta del mismo Cisneros se decia que si se arrimaba tanto al Rey Católico en estas circunstancias era por alcanzar el capelo de Cardenal para sí, y para su protegido Ruiz un obispado.

Así llovian las soluciones para dar Soberano á Castilla, porque detrás de cada solucion habia una esperanza, una ambicion ó una codicia que la fomentase con afan. Quién queria llamar á Maximiliano, el padre de Felipe; quién al Rey de Portugal; éstos proclamar Rey al Principe D. Cárlos; aquellos constituir una Regencia con su hermano D. Fernando; otros querian casar á Doña Juana, y entre los últimos los habia que querian casarla ya con el Duque de Calabria, ya con D. Alonso de Aragon, ya con el viejo Rey de Inglaterra, ya con Gaston de Fox, cuñado y sobrino del Rey Católico.

Toda esta variedad de soluciones, seguridades visiblemente por el interes particular, palidecian ante la solucion nacional, verdadera y única solucion de aquella angustiosa é inesperada crisis. Porque la verdad era que Juan Manuel, lleno de ingenio, es verdad, pero saturado de vicios, y toda su kabila de Flamencos estaban desacreditadísimos, pues en el poco tiempo que habian dispuesto de los destinos de la Nacion, se vió bien claro que no iban á otra cosa que á hartar su codicia y á llenarse de mercedes, aunque el escándalo fuera universal y viniera después el diluvio. Los grandes que más bullian y se agitaban contra el Rey Fernando eran pocos y además estaban denunciados á la opinion general como sospechosos por su propio interes, tras el cual únicamente caminaban. En cambio los pueblos que recordaban los buenos tiempos de los Reyes Católicos, la larga experiencia y el superior talento de D. Fernando, que si