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Reconozco en esto la sucia educación de mi infancia. ¡Y qué!... Vivir mis veinte años porque los otros viven sus veinte años...
¡No! ¡No! ¡Desde ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo le parece demasiado ligero a mi orgullo: mi traición al mundo sería un suplicio demasiado corto. En el último momento, atacaría a diestra y siniestra...
Entonces, —¡oh, pobre alma querida!—, ¡tal vez aún no hayamos perdido la eternidad!