brisas de la mañana. Creé todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Intenté inventar nuevas flores, nuesvos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Hasta creí haber adquirido poderes sobrenaturales. ¡Pues bien! ¡Ahora debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Bella gloria de artista y de narrador desperdiciada!
¡Yo!, que me nombré mago o ángel, dispensado de toda moral, ¡ahora soy regresado al suelo, con un deber por buscar y la rugosa realidad por estrechar! ¡Campesino!
¿Me equivoqué? ¿La caridad será en mi caso hermana de la muerte?
En fin, pediré perdón por haberme alimentado de mentira. Y sigamos.
¡Pero ni una mano amiga! ¿Y dónde conseguir ayuda?
Sí, la nueva hora es al menos muy severa.
Ya que puedo decir que he alcanzado la victoria: el rechinar de dientes, los silbidos de fuego, los suspiros llenos de pestes se calman. Todos los recuerdos inmundos se borran. Las últimas cosas de las que me arrepiento se esfuman, — la envidia por los mendigos, los bandidos, los amigos de la muerte, los rezagados de toda clase.— ¡Condenados, si yo me vengara!
Hay que ser absolutamente moderno.
Nada de cánticos: aferrarse a los avances logrados. ¡Dura noche! ¡La sangre seca envuelve en humo mi rostro, y no tengo nada detrás de mí, excepto ese horrible arbolillo!... El combate espiritual es tan brutal como la batalla entre hombres; pero la visión de la justicia es el placer exclusivo de Dios.
Entretanto ya es la víspera. Recibamos todos los influjos de