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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

A los hermanos, en general, que no prediquen en el territorio de algún obispo sin su permiso, y que no entren en los conventos de religiosas por causa de su ministerio, sin especial permiso de la Santa Sede. Y no respira menos reverencia y obediencia a la Sede Apostólica lo que dice Francisco sobre el pedir un cardenal protector: «Con miras a todo lo dicho, impongo por obediencia a los ministros que pidan del señor Papa uno de los cardenales de la santa Iglesia Romana, que sea gobernador, protector y corrector de esta fraternidad, para que, siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, guardemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente hemos prometido»[1].

Y no podemos olvidarnos de aquella [virtud] que el Seráfico Varón «amaba principalmente como la hermosura y limpieza de la honestidad», es decir, de aquella castidad del espíritu y del cuerpo, que con una rigurosísima maceración de sí mismo custodiaba y guardaba. Ya hemos visto cómo en su juventud, aún cuando se portaba con alegría y elegancia, siempre estuvo lejos de cualquier torpeza, aun en las palabras. Pero en cuanto desechó los vanos deleites del siglo, entonces comenzó ya a cohibir sus sentidos estrictamente, y si alguna vez le acaeció ser agitado o impulsado por movimientos voluptuosos, o bien se echó a dar vueltas entre espinos, o bien en pleno invierno no dudó en sumergirse en frigidísimas aguas. Es por lo demás bien sabido que Francisco, que tenía empeño en hacer volver a los hombres a la vida evangélica, solía exhortar a todos «a que amaran y temieran a Dios e hicieran penitencia por sus pecados»[2], y con su ejemplo fue para todos un consejero y ejemplo de penitencia. Pues solía llevar un cilicio, vestirse con una túnica áspera y pobre, caminar con los pies desnudos, dormir teniendo como almohada una piedra o un madero, alimentarse solamente lo suficiente para mantener la vida y mezclando en la comida agua con ceniza para que tuviera mal sabor; más aún, la mayor parte del año la pasaba casi en ayunas. Trataba su cuerpo, al que comparaba a un jumento de carga, con aspereza y dureza, tanto si tenía buena como mala salud, y doblemente lo castigaba

  1. Regla de los Frailes Menores, passim Rb.
  2. Leyenda de los Tres Compañeros, n. 33 y ss. (TC 33ss).