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Página:Rojeces de Marte.djvu/113

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LEYENDO LAS BAJAS


Esquelético el campo, muda la aldea;
ni un pájaro en el bosque; de cuando en cuando,
alguna golondrina que zigzaguea,
la tierra con sus alas rauda rozando.

¡Qué silencio, qué calma! ¡Ni un camposanto!
En la guerra los hombres se despedazan
y la mujer derrama copioso llanto,
pensando en las torturas que la amenazan.

De una mezquina choza sale a la puerta
y se sienta en el quicio la labradora;
su cara más que viva parece muerta...

Está leyendo— el ojo, siniestro y fijo—
las bajas en un diario. De pronto llora...
¡Tal vez entre esas bajas está su hijo!


1918.