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DESPUÉS DEL BOMBARDEO
En la ruta revuelta como el cauce de un río
los árboles deshechos se pudren a montones;
la iglesia en esqueleto, ruinoso el caserío...
Por doquiera dejaron su huella los cañones.
Caballos sin cabeza; muros llenos de balas,
sin puertas ni ventanas, con la techumbre solo;
aeroplanos en cada una de cuyas alas
los plomos imprimieron su mortífero alvéolo.
Un gato por el lírico silencio de la aldea
—fosforescencia irónica— tranquilo se pasea
y entre la hierba roja por la sangre aún caliente
—democrática mezcla de bruto y combatiente—
unos soldados muertos con los ojos abiertos.
¡Qué tristes son los ojos abiertos de los muertos!
Septiembre, 1914.