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evocada, transmuta la plata del plenilunio en el oro de la aurora. Poeta absoluto. Nada más que poeta, si señor. Como si dijéramos: nada más que estrella...

Estas consagraciones honran, así, a la especie humana. Un instinto superior parece que le revelara en ellas la desnudez de la verdad implícita, como al estremecerse el agua resalta su cristal en la estría pasajera. Lo que es, efectivamente, un poeta, la gente no sabría decirlo. Cuando el trajín diario la rebaja a la condición de acémila, y así pasa cargando su triste vida, furiosa de afán, resoplante bajo su saco de oro, suele creerlo inútil porque canta. En vez de alegrarse con aquel regalo de belleza cuyo objeto es conservar un poco de dignidad humana sobre la turba así embrutecida, arroja una piedra al pájaro o le reprocha con vileza los cuatro granos que come sin pagar. El rebajamiento posee un perverso instinto de rebajarlo todo, y la injusticia de la opresión torna injusto al oprimido. Entonces ocurre este fenómeno conmovedor: el pájaro herido canta todavía; porque pena y regocijo, todo es para él un perpetuo cantar. Y un día cuando se muere tal cual mueren los pájaros, como del aire, y entonces viene a verse cuán poco estorbaba en realidad, y que ni era para reprochárselo por lo mucho y bien que cantó, el vago asombro de la gente parece contener un remordimiento tardío. Ella desearía saber lo que es un poeta, y cómo resulta inmortal nada más que con un poco de ritmo y de rima en los cuales no se contiene una ley científica, ni un principio filosófico, ni una máxima moral, ni una prescripción política como esas