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a veces fué, fracasos monumentales. No obstante, eran perfectas su distinción, su delicadeza y su elegancia. Nunca, ni en sus peores momentos, lo vi brutal o innoble. La discreción era en él lo que la suavidad callada del terciopelo. Muy perspicaz en la ironía, dejábala pasar habitualmente bajo una sonrisa que ya era compasión. Reservadísimo en sus afectos, era enormemente fácil de explotar por los parásitos de la bolsa y del talento que abundaban siempre en torno suyo. Creo que los dejaba hacer, por no reparar en una fealdad y mancharse, así, a su contacto. Por otra parte, como todo hombre realmente superior, no daba importancia alguna a que lo engañase un vil. Que esto es condición de la vileza, y fuera necio extrañar, como dice el proverbio árabe, que salga perro el hijo de perro. Su vida iniciada con terribles contrastes, en la orfandad precoz, la pasión instintiva, el ambiente ingrato, fué bajo este concepto muy dura con él. Padeció destierro perpetuo en el seno de la canalla. Y tal fué el estado en que arraigó la enfermedad terrible que lo ha llevado a la tumba. Errabundo por los pueblos, una fatalidad ciertamente invencible porque constituía la orientación inicial de su existencia desviada, sometíalo al poder de la chusma. Chusma de las letras, de la sociedad, del amor, a cuyo contado padecía tormentos espantosos. Así, el vicio no es su mancha, porque no constituyó su placer sino su martirio. Yo lo he visto combatir como un desesperado, aprovechando para ello la primer coyuntura que La amistad le brindaba. Pero la red de sus propias complicaciones, pronto volvía a reatarlo y aislarlo. El