mento dado. Cuando me caigo al suelo o me hago daño comienzo a jurar como un mujik, por más que detesto los juramentos. Una vez, dejé caer al suelo la boquilla de la pipa de Mille, y estallé en juramentos terribles; luego me dió vergüenza. «Un inglés civilizado—me decía yo—, y heme aquí tratándolo a lo mujik.» Kolesnikov rió y continuó:
—Una vez me dormí en la Opera... ¡A fe mía!
¡Aquella ópera era terriblemente larga!... Otra vez me llevaron a una Exposición de arte, y después estuve tres días como loco; miraba al cielo y pensaba que estaba mal pintado y había que teñirle con otros colores.
Y estalló de nuevo en una risa ruidosa, como si un pesado carruaje rodase sobre un camino pedregoso. Sacha rió también; de pronto, Kolesnikov se calmó y dijo con voz tranquila:
—Lamento haberle interrumpido con mis estúpidas anécdotas. Continúe usted.
—Hablaba de mi padre.
—Sí, de su padre. A partir de hoy, Sacha, no le llamaré ya por el nombre de su padre.
—Mañana sentiré quizá haberle contado todo esto, pero... hay momentos en que es difícil callar.
Por otra parte, la noche es tan bella..., no solamente la noche, sino todo el día de hoy... Estoy tan contento de haber salido de la ciudad... Alarguemos el paso.
—Con mucho gusto.
—Que ame y estime a mi madre como a nadie en el mundo es comprensible.