¡Sacha querido, ha ocurrido una desgracia!dijo con voz conmovida.
—A mamá?
—¡No! A Timojín. Acaba de ahorcarse. Te están esperando... Dobrovolsky, Stemberg y otros.
Y de pronto le echó los brazos al cuello, ocultó la cabeza en su pecho y prorrumpió en llanto.
Aquellas lágrimas eran provocadas evidentemente por un dolor más profundo que el causado por el suicidio de Timojín, a quien, por otra parte, conocía muy poco.
—¡Mi Sacha querido!—decía, sujetándole con fuerza, como por temor a que saliera de nuevo.
¡Con qué impaciencia te hemos esperado! ¿Por qué no venías, Sacha?
—¡Vamos, Lina, basta!—dijo tranquilamente Helena Petrovna, aproximándose a los niños y tratando de separar a Sacha de los brazos de su hermana. ¡Cálmate, hija mía! Te están esperando, Sacha...
Y Helena Petrovna, de repente, rechinó los dientes por tres veces seguidas. Sacha no había oído jamás rechinar los dientes a un ser humano, y se estremeció, como atacado por un intenso y repentino frío. ¡Pobre madre!
Fué una noche muy penosa aquélla. Los colegiales, pálidos, abatidos, estuvieron en casa de los Pogodin hasta la mañana, cambiando miradas de espanto y bebiendo te para calentarse y tranquilizarse. Por la mañana, acompañados por Helena Petrovna, Sacha y Lina fueron al hospital, donde