otro hombre completamente distinto, dotado de un poder sin límites. Pulsó con sus dedos las cuerdas de la balalaika y se puso a cantar:
Mi pequeño serbal, mi serbal verde.....
Cantaba con voz de bajo, y las palabras parecían extenderse graves, pesadas, imbuídas de dolor infinito. Todo el mundo escuchaba con el alma tensa como las cuerdas de la balalaika. Inmediatamente Petruscha dió la réplica. Su voz alta y penetrante cubría la voz de bajo del marinero cuando cantaba:
Ahora sí eres grande, mi verde serbal.
—Ese soy yo—pensaba cada uno—. Soy el serbal verde que era menudo y tierno y se ha hecho grande y fuerte.
De repente empezó a cantar Kolesnikov. Con las cejas severamente fruncidas, cubrió la voz de los dos cantores su voz potente y magnífica:
¡Mi pequeño serbal, mi serbal verde!
Sonidos violentos y amenazadores subieron al cielo nocturno, agitaron las llamas de la hoguera, y las chispas, espantadas, se levantaron como un tropel de pájaros rojos por encima de las copas de los árboles silenciosos. Las manos de Sacha oprimieron más fuertemente el metal frío de su tercerola, y sintió el deseo de descubrir su pecho para