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Yegulev miró al cielo y comenzó a reflexionar en voz alta.

—No sé qué hacer... si echar por el campo o seguir la carretera. Si vamos por la carretera serán unas dos verstas más... ¿Cuál es tu opinión, Andrés Ivanich?

—¡Mejor es que echemos por el campo!—dijo Kolesnikov.

—Sí; pero antes de llegar será ya de día y corremos el peligro de caer en manos de los guardiasarguyó el marinero.

—Pero ¿no ha dicho usted mismo que la policía debía de estar ahora en el lugar del incendio?

La solución fué hallada por Kusma Suchok.

—Si tropezamos con la policía, siempre habrá tiempo de escapar por el bosque—dijo.

Se levantaron penosamente, molidos de cansancio, y se pusieron en marcha; pero pronto empezaron a andar con paso más atento y rápido.

La obscuridad de la noche se iba disipando. El alba no era blanca aún, sino grisácea; pero la leve claridad molestaba mucho al pequeño destacamento.

Media hora después se encontraron ante una pendiente de unos sesenta metros, en la que había unos pocos árboles; abajo corría un arroyo franqueable por un puentecillo de madera; más lejos el camino seguía descendiendo en forma que no se le veía desde arriba. Los' «Hermanos del bosque» desconfiaron; el sitio se prestaba muy bien para una emboscada. Detrás del arroyo, a una media versta,