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¡Ah, diablo! ¡Me mira!—pensó Kolesnikov malhumorado. No debo estar muy guapo en este momento... Acaso Pogodin no se halle en casa...

—¡Pero acérquese!—le gritó la señorita—. ¿Quiere usted ver a Sacha? Siga por la izquierda, a lo largo de la pared... Allí hay un sendero... ¡Un poco más a la izquierda, vamos!

Al ir, dócilmente, por la izquierda, Kolesnikovvió una señora delgada, guapa, de edad avanzada que apareció junto a la señorita. Le miraba también, aumentando su confusión. Pero Kolesnikov se acercó y saludó.

—Vive aquí Pogodin el colegial?

—Sí, yo soy su madre. ¿Quiere usted ver a Sacha? Acaba de levantarse y está tomando el te.

Trae usted algún asunto?

—No. Me conoce ya. Mi nombre es Kolesnikov.

—Celebro mucho conocerle. Entre usted.

La señora hablaba con voz amable, pero que denotaba desconfianza e inquietud, y sus ojos le miraban con fijeza demasiado sostenida. Kolesnikov estaba ya acostumbrado a esta desconfianza e inquietud de las madres. «No hay por qué—se dijo.

No he venido a nada».

Helena Petrovna, por su parte, pensó: «¡Ya tenemos otro amiguito! Botas viejas, barba de malhechor... Si se afeitara, quizá tuviera cara de buen chico... ¡Ah, Dios mío, todos ellos son buenos, y, sin embargo...!» —Mamá—dijo Lina, que adivinaba los pensamientos de su madre y los aprobaba—, hay que en-