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cia, que felizmente no se ejecutó, hace ya mucho tiempo han debido ahorcarme. Por lo menos, eso creen.

Sorprendía a Sacha por sus cambios de humor, inesperados y bruscos. Tan pronto estaba en extremo agitado como muy tranquilo; tan pronto severo hasta la grosería, y aun hasta el cinismo, como dulce e ingenuo cual un niño. Sacha solía formar pronto una opinión precisa acerca de las personas, pero esta vez no lograba definir a su interlocutor; en algunos momentos le disgustaba; pero un instante después agradábale, hasta el punto de sentir por él una ternura profunda, como si evocara en su alma imágenes dulces y queridas. Le había emocionado que Kolesnikov, después de su arrebato de cólera, casi morbosa, le hablara como a un camarada y amigo, aunque tenía el doble de su edad.

Escuchaba a Sacha con una atención extremada, casi respetuosa.

1 Acompañó a Sacha hasta la puerta de la casa, y antes de separarse de él le miró directamente en los ojos y preguntó:

—Ha leído usted el periódico de hoy?

—Todavía no.

—Han ahorcado a diez y seis personas... Bueno, hasta la vista, Pogodin. Tira usted maravillosamente. Es un gran talento... ¡Estoy asustado! ¡No será hereditario?

Sacha adoptó una expresión severa, pero viendo los ojos ampliamente abiertos e ingenuos de Kolesnikov, se sonrió.