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RETRATOS DE MUJERES 145

suplicio y una noche llegó a París previniendo a muy pocos amigos de su viaje. Se paseaba por las tardes y por las noches a la claridad de la luna, no atreviéndose a salir en pleno día. Mas durante esta aventurada excursión le acometió un violento deseo, un capricho imperativo de ver a una noble dama, antigua amiga de su padre, Mada- ma de Tessé, la misma que decía: “Si yo fuese reina, orde- naría a Madama de Staél que me hablase constantemente”. Esta señora, entonces de edad muy avanzada, se asustó ante la idea de recibir a Madama de Staél proscrita, y el resultado de todos estos manejos fué que Fouché supo su estancia en París. Fué preciso abandonar la ciudad y no arriesgarse ya más a paseos a la luz de la luna por los muelles del río y por la plaza de Luis XV, tan familiar a Delfina. En seguida, la publicación de Corina vino a con- firmar y a redoblar los rigores del destierro para Madama de Staél?. La encontramos en Coppet, en donde se nos aparece en el centro de su corte majestuosa.

Lo que la estancia en Ferney fué para Voltaire, fué la de Madama de Staél en Coppet; pero con más aureola de poesía y de grandiosa existencia, Los dos reinan en el

Fauriel — dijo ella—, usted tiene todavía los prejuicios del campo!” Y al observar que había dicho algo muy extravagante trató de enmendarlo con una sonrisa, Más tarde, bajo el Imperio, hablando un día con M. Molé se extrañaba de que a un hombre de tanto talento ll gustase el campo, y dijo Si no fuese por. respeto a lo humano, no abriría mi ventara para ver el golfo de Nápoles una vez, y en cambio soy capaz de andar cincuenta leguas para ir a hablar con un hombre de ingenio a quien no conociese”. De esta manera expresaba la preferencia que sen- tía por las charlas y lus relaciones sociales sobre la naturaleza, 1 Las pruebas de la dureza con que fué tratada no pueden ser discuti- das, Se lee en la Correspondencia impresa de Napoleón, al principio de una. na del Emperador a Cambaceres escrita en Ostende el 27 de marzo de 7, lo siguiente: “He escrito al ministro de Policía que mande a Ma- dama de Staél a Ginebra dejándole la libertad de ir al extranjero cuando le plazca. Esta mujer continúa intrigando. Se ha acercado a París a pe- sar de mis órdenes. Es una verdadera plaga, Mi deseo es que habléis seriamente con el ministro, pues si no, me veré obligado a que la gen- darmería se haga cargo de ella. Vigilad también a Benjamín Constant, y a la primera cosa en que se mezcle le enviaré a Brunswick a casa de su mujer (?). No quiero que formen prosélitos que me obligaran a cas- tigar a buenos ciudadanos”. Napoleón finge que considera a Madama de Staél como extranjera y lo mismo fingía para con Benjamín Constant. Esto se reparó durante los Cien Días.