RETRATOS DE MUJERES 17
turaleza y cómo la pintó. Se observa, desde luego, que, como nuestro fabulista, leyó muy pronto la Astrea, y que en su juventud había soñado con las sombras mitológicas . de los Vaux y de Saint-Mandé. Le gustaba pasearse bajo los rayos de la bella amada por Endymión, y pasar largas horas a solas con las hamadryadas; sus árboles están de- corados con inscripciones e ingeniosas divisas, como en los pasajes del Pastor fido, del Aminta: “Bella cosa far niente, dice uno de mis árboles: amor odit inertes, con- testa el otro, y no sabe a cuál de los dos hacer caso”. Y más allá: “Mis inscripciones no se deforman, las visito a menudo y veo que casi han agrandado, y dos árboles vecinos dicen a veces cosas contrarias: La lontananza ogni gran piaga salda, y Piaga d'amor non si sana mai. hay cinco o seis que se contradicen”. Estas reminiscen- cias un poco ingenuas y pastoriles y de novelas, son na- turales en sus pinceles y hacen salir de ellos muy agra- aabiemente inscripciones nuevas y irescas. “He venido aquí (a Livry) a acabar los bellos dias, y a decir adiós a las hojas; todavia estan todas en los arboles, no han hecho sino cambiar de color; en vez de estar verdes, son áureas de tonos diversos, matices que componen un bro- cado de oro rico y magnifico, que querriamos cambiar por el verde, aunque solo fuese por el cambio”. Y cuando estaba en los Rochers: “Sería dichosa si hubiese en estos bosques una hoja que cantase; ¡ah! es tai bonita una hoja que canta”. ¡Y cómo nos pinta el triuajo del mes de mayo cuando el ruiseñor, el mochuelo y el jilguero abren la primavera en nuestros campos!” ¡Cómo nos hace sentir y casi tocar estos bellos días de cristal de otoño, en los que no hace mi calor ni frío! Cuando su hijo, para atender a sus locos despilfarros hizo talar los antiguos bosques de Burón, se apenó y se afligió por to- das las druydas fugitivas y sus silvos desposeídos. Ron- sard no se ha dolido mejor de la tala del bosque de