MADAMA ROLAND * Ir
Parece que se ha hablado mucho de Madama Roland, y yo mismo he escrito extensamente; pero, puesto que la ocasión se presenta una vez más, hablemos de ella aún. En crítica como en la vida debemos fidelidad a las anti- guas relaciones, pues es tan dulce como obligada. Hoy para la vida y para escribir el corazón y el cerebro no bastan. Todos nos tratamos y todos lo hacemos todo. Aparte de esto, en el fondo, somos como un salón banal. No olvidamos del todo los antiguos rincones preferidos.
Es cierto que todo el mundo no piensa así; las :ostum- bres antiguas no agradan al público. Cuando se cansa de un autor o de un personaje, aun siendo excelente, no quiere nada de él. ¡Conocido, conocido! dicen, y es preciso pasar a otros. Así, no me extrañaria que, a pesar del inte- rés real que tiene esta correspondencia publicada, ciertos lectores la juzgasen fastidiosa y monótona, Para los que al contrario crean que un alma es todo un mundo, que un carácter eminente no está nunca demasiado profundizado, los que además de la opinión que tengan sobre Madama
1 Este segundo trozo fué escrito en ocasión de las cartas publicadas por Coquebert (1840).
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