198 MADAMA ROLAND
pesquisas. Cuando habla de sus garrapatos, ¿lo hace en serio? “Además, ¡qué importa nuestra manera de escribir! Al arreglar mis cartas (las arregla, pues), ¿tengo yo la esperanza de que, después de mi muerte, encontrarán un editor para colocarse al lado de las de Madama de Sévigné? No; esta locura no está en el número de las mías, y si guardamos nuestras mamarrachadas es para reír cuando ya no tengamos dientes”. Y todavía, en un momento de los de más tiernas confidencias, y de las más secretas de un corazón que se cree sorprendido dice: “Abre la carta, léela, piensa en mis tormentos y en los suyos... y mira si debes enviarla. Pero, en todo caso, no quememos ningu- na. Si algún día mis cartas debieran ser vistas por todo el mundo, no quiero ocultar ni una de mis debilidades ni uno de mis sentimientos”. Puesto que nos es permitido, y puesto que nos invita, penetremos en el interior virginal al que ella misma nos guía.
La unidad de esta Correspondencia, en la que algunas supresiones habrían sido convenientes, está en la amistad de dos muchachas, en esta amistad apasionada que cuando menos siente la señorita Phlipon, comenzada en el conven- to, con sus pequeños huracanes, sus diarios incidentes, sus alzas y bajas y que expira en el matrimonio, y al decir expira, hablo solamente de la forma y de la expresión apasionada, pues el fondo subsistió siempre. Aun antes del final de esta amistad apasionada, se ve que sufre un enfriamiento, una variación bastante sensible, causa de un primer sentimiento amoroso que anida en este corazón que no sabía dividirse. Mas me es preciso ajustarme más a los comienzos y proceder con método. La señorita Phli- pon tiene diez y ocho años y es devota todavía. Las cartas de 1772 a Sofía son de una gravedad que hace sonreír. Se ve que la joven ha leído a Nicole y luego que acaba de leer a Rousseau. Ha sido —dice— prevenida (prevenida por la Gracia su estilo de Nicole) poco después que su amiga. Ha obrado hasta los doce años guiada por esa especie
