RETRATOS DE MUJERES 209
ateos; lo son con perfecta indiferencia, y apenas nos damos cuenta de ello.
Monsieur Roland hace su presentación en una carta a las amigas de Amiens; pero estamos mucho tiempo sin adi- vinarlo. Desde el primer día, la que está destinada a ilus- trar históricamente su nombre, le estima y se esfuerza por parecer más preocupada por él, pero solamente su espíritu está comprometido. En sus visitas se habla de todo: el abate Raynal, Rousseau, Voltaire, Suiza, el Go- bierno, los griegos, los romanos, son motivos de con- versación. Están bastante de acuerdo en muchas cosas, pero Raynal es un campo de batalla objeto de muchas disputas. M. Roland, en su buen sentido de economista, se permite juzgar al historiador filosófico de las dos Indias, como un charlatán un poco filósofo, y no estima sus exten- sos volúmenes más que como buenos a rodar en ciertos gabinetes. La muchacha, admiradora de Raynal, le de- fiende como defendería a Rousseau. Todavía no ha podido encontrar la diferencia entre el uno y el otro, y aún no ha colocado en su lugar todo lo que debió a La Blancherie. En toda época, lo declamatorio está al lado de lo original, y para los contemporáneos se confunden fácilmente. El mejor compositor puede parecer Racine, y a Raynal puede creérsele Rousseau. Sólo el tiempo hace la sevaración, y muestra al escritor original que ha obedecido demasiado a los deseos de sus discípulos y que se emborracha con los aplausos excesivos. En estas páginas que ojos contem- poráneos tocados del mismo mal admiran como igualmente bellas, y que una especie de unanimidad complaciente proclama, el tiempo, con su ala, indica lo que debe pasar y deja grandes placas injuriosas que hacen resaltar más el pequeño número de colores legítimos que son impere- cederos. Los volúmenes de las cartas de Madama Roland nos llegan manchados por el ala del tiempo con esa tinta que salta a la vista, y estas manchas son los lugares comunes de su tiempo.