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24 MADAMA DE SÉVIGNÉ

Madama de Sévigné —dice Madama Nécker— es el em- plear a menudo términos generales, y por consiguiente un poco vagos, que se parecen por la manera como los coloca, a esos vestidos amplios que cambian de forma según el gusto de una mano hábil.” La comparación es ingeniosa; pero no hay que ver un gran artificio en esta manera de hacer que era común en la época. Antes de ajustarse exactamente a las ideas, el lenguaje las rodea con una amplitud que les presta acomodo y una gracia singular. Cuando ya ha pasado un siglo de análisis de la lengua, que la ha trabajado y recortado por el uso, el en- canto indefinible se halla perdido; el artificio está real- mente en querer volver atrás.

Y ahora, si en todo lo que precede les parece a algu- nos espíritus descontentadizos que hemos llevado dema- siado lejos la admiración de Madama de Sévigné, que nos permitan que les hagamos esta pregunta: ¿La han leído? Y entendemos por leer, no recorrer al azar algunas de sus cartas, no limitarse a dos o tres que gozan del renom- bre de clásicas, la del matrimonio de Mademoiselle, la de la muerte de Vatel, la de M. de Turenne, y la de M. de Longueville; que entren paso a paso en los diez volúme- nes de cartas (sobre todo aconsejamos la edición de Mon- merqué y de Saint-Surin), que las sigan todas, sin divi- siones, como ella dice, hacer con ella como con Clarisse Harlowe, cuando tengan quince días de descanso y de llu- via en el campo. Después de esta prueba muy poco terri- ble, que se agreguen a nuestra admiración si tienen va- lor para ello y si desde luego se acuerdan de las lecturas todavía.

Mayo, 1829,