RETRATOS DE MUJERES 293
veces, casi siempre y en general con que modera sus con- clusiones un poco desagradables, acaso sean precauciones corteses. Al mismo tiempo que acierta con el resorte, parece retroceder, cuando le bastaría con no soltar su presa. Después de todo, la filosofía moral de La Roche- foucauld no es tan opuesta a la de su siglo, y aprovecha esta semejanza para atreverse a ser franco. Pascal, Mo- liére, Nicole y La Bruyére no adulan apenas al hombre; los unos dicen el mal y el remedio y los otros no hablan sino del mal. Vauvenargues, que fué uno de los primeros en intentar esta rehabilitación, lo hace observar muy bien: “El hombre —dice— cayó en desgracia ahora con todos los que piensan, los cuales están en pugilato a quién le achacará más vicios; mas acaso esté a punto de rehabili- tarse y de hacerse restituir todas sus virtudes... y acaso más?”. Juan Jacobo se ha encargado de este acaso más y tan lejos lo ha llevado que casi podría creerse en su agotamiento. Mas no; no puede acabarse tan bello cami- no; la veta sublime crece cada día. El hombre está tan rehabilitado en nuestros días, que no se atreverían a de- cirle en alta voz ni casi a escribir lo que pasaba por ver- dad inconcusa en el siglo xvi. Es un rasgo característico de nuestros tiempos. Cualquier talento que hablando no es menos irónico que un La Rochefoucaul1?, en cuanto escribe o habla en público exalta la naturaleza humana. Se proclama en la tribuna lo bello y lo grande. El filó- sofo no practica más que el interés y no predica sino la idea pura?.
1 Vauvenargues repite este pensamiento en dos sitios y casi en los mismos términos.
? Benjamín Constant, por ejemplo.
3 Un descendiente del autor de las Máximas, el duque de La Roche- foucauld, el amigo de Condorcet, que era su oráculo, y nutrido de todas las ideas y de todas las jlusíones del siglo xvi (ver su retrato en el tomo 131 de las obras de Roederer y en el tomo I de las Memorias de Damp- martin) ha escrito una carta a Adam Smith en mayo de 1778, sobre las Máximas de su abuelo. En esta carta, al mismo tiempo que trata de dis- culparlo, recordando el tiempo en que vivió, le reprocha el conjunto, pero quien la escribió, no había visto todavía a lós hombres más que por el lado bueno. El duque de La Rochefoucauld fué después víctima de las