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MADAMA DE LONGUEVILLE

Los nombres de Madama de La Fayette y de M. de La Rochefoucauld, en los que nos hemos detenido preceden- temente, parecen recordar otros muy ligados a los suyos por toda clase de relaciones atrayentes, de conveniencia y reverberaciones más o menos misteriosas. Madama de Longueville está aún por describir en toda su delicada preponderancia. Su vida está dividida en dos partes con- trarias: la una de ambición y de galantería, la otra de devoción y de penitencia, no ha encontrado con frecuen- cia testigos más que para uno de estos aspectos. Madama de Sévigné sólo, en su célebre carta, ha esclarecido su retrato en el más patético momento. Nosotros, a quienes un encuentro fortuito, por decirlo así, nos ha ofrecido el corazón y el conjunto, hemos podido seguirle de cerca, casi frecuentarla en sus horas de retiro, y aun en los mo- mentos en que se hallaba más oculta a las miradas. Se nos aparece como la más ilustre penitente y protectora de Port-Royal durante muchos años; de ella y de su presen- cia en el monasterio dependió únicamente el que se res- petase la paz de la Iglesia y su muerte fué la causa de la ruptura. Sin pretender trazar una vida tan varia y tan fugaz, sentimos el placer y la presión del deber de trazar, cuando menos, esta fisonomía de la que emana un encanto

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