330 MADAMA DE LONGUEVILLE
Como hábil y práctico doctor de almas que era, M. de Singlin, a la primera ojeada, descubrió que su defecto ca- pital era el orgullo, ese orgullo que casi ella misma había ignorado tantos años. Esto es lo que también dice muchas veces la duquesa de Nemours en sus Memorias. Es muy curioso ver cómo las recriminaciones, las indicaciones de Monsieur Singlin y las confesiones de Madama de Longue- ville concuerdan: “Las cosas que él (el orgullo) producía —escribe la penitente—, no me eran desconocidas, mas yo me detenía solamente en sus efectos, que consideraba co- mo grandes imperfecciones; sin embargo, por todo lo que me han descubierto veo que no encontraba la fuente. Y no es que reconociese que el orgullo había sido el princi- pio de todos mis extravios; pero yo no lo creía tan potente como en realidad lo era, y yo no le atribuía todos los pe- cados que cometía, a pesa: de que veía que tenían su Origen en él”. Reconocía entonces que en el tiempo de sus extravíos criminales, -el placer que la arrastraba era el del amor propio satisfecho, pues los otros no la atraían. Estos miserables impulsos del orgullo participaban de to- dos sus actos, y eran el alma de ellos. “Encontraba el placer que tanto buscaba, en lo que adulaba a mi orgullo, y llegué a decirme lo que el demonio dijo a nuestros pri- meros padres: “¡Seréis como Dioses!” Y esta palabra que agujereó su corazón, hirió de tal manera el mío, que la sangre corre todavía por esta llaga, y correrá mucho tiem- po si Jesucristo por su gracia no la detiene”. Este descu- brimiento, que debió toda su importancia a M. Singlin, este filón monstruoso que él le hizo tocar con el dedo y seguir todas sus ramificaciones, y que le parecía que era la única substancia de que se componía su alma, la es- panta y la lleva al borde de la tentación,- del desaliento. Desde entonces cree encontrar el orgullo en todo, y esa misma docilidad que parece ser la única parte sana de su