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RETRATOS DE MUJERES 335

Se ve en algunos fragmentos de la Historia de Port- Royal por Racine, que Nicole era más agradable a Madama de Longueville que Arnauld, por más cortés y más atento. En las conversaciones de la noche, el bueno de Arnauld, antes de dormirse cerca del fuego, se quitaba tranquila- mente sus ligas y esto la hacía sufrir un poco. Nicole tenía más comedimiento; pero no obstante, dicen que un día por distracción puso, al entrar, su sombrero, sus guantes, su bastón y su manguito en la cama de la princesa. ¡Todo esto formaba parte de su penitencia!

Ella contribuyó como ningún prelado a la Paz de la Iglesia. Estas negociaciones tan frecuentemente rotas y renovadas, su secreta actividad y el centro en que se mo- vía, tenían para ella las apariencias de la sola Fronda permitida. Al saber una mañana (hacia 1663) una de las rupturas que imputaban a los jesuítas decía: “He sido muy tonta al creer que los Reverendos Padres obraban since- ramente: es verdad que esta creencia no existía sino desde ayer por la noche”. Por fin se entablaron negociaciones serias, y M. de Godrin, arzobispo de Sens, concertaba todo con ella. Escribió al Papa para justificar a los acusados y garantir su fe, al secretario de Estado y al cardenal Azolín, para interesarle a la conclusión. Con la princesa de Conti, mereció ser saludada como Madre de la Iglesia.

Hecha la paz, hizo construir en Port-Royal-des-Champs un pequeño palacio que por una galería comunicaba con una tribuna de la iglesia. A partir de 1672, se dividió entre este palacio y la estancia de sus fieles Carmelitas del Faubourg Saint-Jacques, en cuyo convento tenía alo- jamiento. Pruebas muy dolorosas la empujaron Lacia estos dos asilos: primero la pérdida de su cuñada la princesa de Conti, la imbecilidad y la mala conducta de su hijo mayor el conde de Dunois, y la muerte de su hijo más querido el conde de Saint-Paul. No abandonó del todo el palacio de Longueville sino después de esta muerte. El joven M. de Longueville fué muerto, como se sabe, en el paso del