RETRATOS DE MUJERES 347
callejuela. En ellos no hay nada grande ni fuertes impul- sos. Vivieron día por día como epicúreos de la gloria, di- chosos de las rosas y de los favores de cada mañana, mas- cullando mil gracias por insignificantes cumplidos.
Cuando se recorren sus obras hilvanadas, desiguales, sin composición y sin dibujo, nos encontramos sorprendidos cuando encontramos un trozo encantador, un idilio, un epigrama afortunado. Todos ellos durante su vida hicie- ron una cosita buena, pero no se encuentra la segunda.
Si alguno mereció por su talento pretender y atreverse a algo más, fué ciertamente Hesnault. El es también el único de todo el grupo que comprendió mejor la situación falsa en que se hallaban, y que los gustos libertinos se encontrarían bajo Luis XIV y con un censor como Des- preaux, notablemente exagerados.
Desde muy temprano consideró su vida de poeta casi perdida, y volviendo la espalda al porvenir como a un gran enemigo, no se ocupó más que en saquear primero el botín.
El amable y menos atrevido Pavillon no era así. Yo no sé que se atormentase mucho por el renombre, pero no lo despreciaba y creía poseerlo suficientemente. Las tres cuartas partes de su larga vida toda sembrada de ma- drigales y de consejos a Iris, se pasaron en los goces lite- rarios sin envidia, sin disgustos, y encontró la gloria en su habitación. Tan en buena amistad con Boileau como con Tallemant, sucedía a Benserade en la Acaden.ia Francesa y a Racine en la Academia de las inscripciones. Murió a la edad de setenta y tres años. escribe el honrado Nicerón, habiendo conservado hasta el último momento. su buen sentido, su reputación y sus amigos; nada más que esto. ¿Se podrá decir otro tanto hoy de nuestros grandes hom- bres? Su fábula titulada El Honor, muy corta en verdad, parece de La Fontaine y de Fouquet !.
1 ¿Ts de Pavillon? La encuentro atribuída a Fontenelle también, y en este caso tan grave no me atrevo a ser juez, Los Anales Poéticos la