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368 MADAMA DE KRUDNER

que no fué una santa, Valeriana es su título principal, y en torno del cual gira, de mejor o de peor grado, toda vida, Sin tentar más sacarla de su puesto y llevarla en idea más allá de las lejanías del horizonte, vamos a seguir- la y a examinarla en todo lo que le fué permitido ser en los días en que vivió.

Nacida en Riga, en las orillas del Báltico, hacia el fin del mismo año en que nació en Francia Madama de Staél, Madama Juliana de Krudner, hija del barón de Wiettin- goff, uno de los más grandes señores del país y de una familia todavía recientemente ilustrada por el mariscal de Munich, tuvo una infancia tal como se complació en pintar en los recuerdos de su Valeriana. Fué educada primero en el fondo de una campiña, pintoresca y salvaje. El pequeño lago en el que el viento a: rojaba las hojas de los árboles del bosque, en el que ella guiaba una frágil barquilla, los pájaros, los abetos como pirámides poblados de ardillas que se miraban en las ondas, los juncos, los rayos de luna reflejándose en los álamos blancos, tal fué el panorama, nunca olvidado, en el que se reveló su inocente y ya apa- sionado ensueño. A esto se unieron bien pronto las ele- gancias del mundo y de la sociedad. La alta nobleza del Norte era atraída entonces por un encanto invencible hacia París, hacia esta Atenas de las artes y de los place- res. Los príncipes y los reyes se honraban pasando en París unos instantes, y saborear, por decirlo así, los grados de nuestros bellos ingenios y de nuestros espíritus fuer- tes. Sus mismos embajadores eran adornos esenciales de la filosofía y de la conversación francesa, y aún se recuer- da la distinción del barón de Gleichen, embajador de Dinamarca, y la del de Suecia el barón de Creutz. La joven del Norte cuando vino muy temprano a París vió esta sociedad. Casada a los diez y ocho años con el barón de Krudner, pariente suyo, que aunque todavía joven tenía muchos años más que ella, no pareció ocuparse gran cosa de él hasta que lo pintó, idealizándolo un poco, en el per-