Página:Sainte-Beuve retratos de mujeres.djvu/422

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

428 MADAMA DE CHARRIERE

se presta a muchas reflexiones. ¡Cuántas cosas hay ahí, me decía yo, más de las que veo! ¡Cuántas consecuencias y observaciones pasan sin pretender ser admiradas! ¡Y qué agradable es adivinarlas en un trazo o en una pala- bra! La moral es muy escéptica pero tiende al bien. Hay una tolerancia que no es la total indiferencia. Es una novela del Directorio, pero que se puede volver a ver después de las restauraciones.

No seamos tan orgullosos: austeros regentes de nues- tros tiempos, kantianos, eclécticos y doctrinarios, no so- mos tan ricos en moral como a la larga hemos probado. ¿Qué queda por decir? Desde hace treinta años ¿quién no ha leído en el alma de los hombres, sin hablar de la suya, y quién no ha comprendido? En literatura estamos peor que en otras cosas; el espíritu es el que impone la ley. Intriga, piratería, vanidad sin freno, venalidad. ¡Oh! si en todas esas gentes de talento hubiese en el corazón un sitio sano, un grano de honradez, uno sólo en cada uno ya sería mucho. En estos momentos de disolución de doctrinas y de corrupción universal, es preciso a toda costa tener dentro de sí, en su carácter, en su conducta, sitios invencibles, inexpugnables, aunque estuviesen aisla- dos de todos los demás; especie de peñones de Malta o de Gibraltar, en donde se mantiene la bandera. O para hablar más bajo, más al unísono de la naturaleza, respecto de moral, yo soy como Madama de Charriére; me basta que haya algo en cada uno?,

1 Como corolario de esto, tengo necesidad de añadir un precepto, igual- mente contrario al todo o nada de una moral inaccesible. La indulgencia que se tiene para con los demás se debe tener sin duda para con nosotros mismos. Es preciso tanto como sea posible no cometer una falta; pero en fin, es una regla bien esencial de conducta el no encontrar razón para cometer úna segunúa falta por haber cometido una primera, Alguien veía a Madama de Montespán muy exacta en los rigores de la cuaresma y se asombraba: “¿Porque se comete una falta, es preciso cometerlas todas?”, decía ella. Yo me apodero de la frase. Ayer meditábais una vida pura, abnegada, honrada por todas las virtudes, sembrando con ambas manos las buenas obras. Esta mañana, porque habéis cometido un error, ¿no seguís el camino emprendido y os desesperáls como el soldado que deserta en el combate y no cree poder honrarse de nuevo en él? ¡Oh! haced las