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RETRATOS DE MUJERES 449

sonidos más tiernos tienen horas determinadas, y son como verdaderas citas.

El muchacho dice nuestros pequeños conciertos, y con razón, pues aunque él solo toca, sus dos corazones están de acuerdo. Un día, ciertos aires de Languedoc muy esco- gidos arrancan lágrimas a la abuela y despiertan tiernos recuerdos en su memoria debilitada. Otro día es la fiesta de Clara, y la música realista no falta. ¡Encantadora Ga- briela! ¡Ricardo o mi rey! Los dos sentimientos redoblan sus pasos asociándose a los de los padres y los de los abuelos. En cierta ocasión, el muchacho, que lee Werther, se exalta; el estilo de sus cartas es más ardiente, cuando de pronto el padre, en vez de llegar, envía a una de sus hermanas, una tía de la muchacha, que llega en su busca y se la lleva de la noche a la mañana. La pobre niña nu tiene tiempo de prevenir al amable vecino que no ha visto nunca. Un minuto, un segundo solamente en el mo- mento de la marcha, a las cinco de la mañana, el corto intervalo que pasa entre el llegar desde el umbral de la puerta del convento al estribo de la diligencia, el muchacho puede verla; pero ella cubre sus ojos con un pañuelo, acaso por la emoción que le causa la presencia de su amigo. Ella deja caer su pañuelo, que el recoge, y se marcha para siempre. Este es un cuadro admirable; dos almas hermanas separadas por un tabique, por un velo, y que se han adivinado desde el primer día sin deberse encontrar nunca de frente. Pero acaso la idea fuese más a propósito para enunciada que para seguida, y se >restase a un capítulo titulado Viaje sentimental o Viaje alrededor de mi cuarto, más que a su desarrollo bajo la forma de car- tas. Recordamos en las Memorias de Silvio Péllico, la en- cantadora novela esbozada de esa Magdalena arrepentida cuyos cánticos no oye sino a través de un muro, mas la novela queda en el aire y flota como un ensueño. Mada- ma de Rémusat dibuja bien las escenas y yo pediría al estilo, siempre elegante y puro, si no más brillantez, al me-