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RETRATOS DE MUJERES 463

para sus agrados, tuvo pocas señales precursoras, y pocos matices. Se podía decir de ella, cambiándolo algo, el verso del poeta:

Y la misma gracia esperó a la belleza.

Al salir de Saint-Cyr, cuando ya la muerte de Luis XIV determinaba la caída de los poderes elevados por este rey, la señorita de Aulquier, que perdía el apoyo de Madama de Maintenón, fué pedida en matrimonio por un gentil- hombre bretón que se enamoró de ella perdidamente. La poca fortuna que ella tenía, y el deseo de su tía por des- embarazarse de una pupila de esta edad, decidieron su casamiento. M. de Pontivy se la llevó en seguida a Breta- ña a una morada muy sombría. Una correspondencia con España emponzoñaba la situación. La muchacha de Saint- Cyr, en medio de aquellos gentileshombres sublevados, y de ese próximo de Bretaña, menos bonito y más tumul- tuoso que nunca, lo tomó en otro tono de interés y de emo- ción que el de Madama de Sévigné, simple espectadora. M. de Pontivy se encontraba en el número de los más exal- tados y de los más comprometidos. Madama de Pontivy creía amarle, y acaso le amaba con un primer amor, pero débil y poco hondo, no sospechando entonces que se le puede concebir de otra manera. Más tarde ella se acordó de que un día, una tarde, seis meses próximamente des- pues de su matrimonio, ella, que se inquietaba cuando su esposo no entraba a la hora de costumbre, había dejado sonar la hora en el gran reloj sin prestar atención y ab- sorta en un ensueño. Desde aquel día, aquel amor prime- ro, que era como un niño que no debía vivir, había muerto en ella. Mas no se dió cuenta de esto hasta mucho des- pués, y continuó su vida sencilla y abnegada.

La Revolución fracasó, como podía esperarse. Un gran número de gentileshombres fueron presos. M. de Pontivy, con otros, logró escapar por mar y se refugió en España. Madama de Pontivy llegó a París, reclamada por su tía,