Página:Sainte-Beuve retratos de mujeres.djvu/468

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

474 MADAMA DE PONTIVY

impresión. Mas la pasión de Madama de Pontivy había sufrido y se esforzaba por disminuirla, decía, y ponerla al nivel de la ternura razonable.

“Descuidad —decía algunas veces—, llega la edad en que el corazón se marchita aun en la felicidad; no tendré que hacer muchos esfuerzos para apagar en mí esa llama imprudente en que se quema vuestro afecto prudente.” El la tranquilizaba, la conjuraba a que continuase tal como él la amaba, y añadía que sería eternamente desgraciado si se creyese objeto de una pasión menor. Le creía un mo- mento, pero al día siguiente repetía: “Antes, en mi amor de veinte años, creía que nada era imposible por parte de un hombre que ama. Amigo mío, esto era una ilusión. Hoy he envejecido, y vos no tenéis que pedir perdón puesto que en nada fuísteis culpable”. Combatiendo este desalien- to que él creía injusto, obtenía mejores declaraciones y descuidaba estos pequeños recuerdos acumulados, siempre creyéndoles devorados por le pasión. Confiaba con certeza en ella, sobre su amor siempre el mismo, cuando llegó un otoño... -

Madama de Pontivy, llevada por su tía a un campo muy alejado, no vió durante algún tiempo a M. de Murcay, quien (distanciado de Madama de Noyón por algunas salidas un poco vivas contra ese espíritu perseguidor) se confinó a su vez en una propiedad aislada que no era aquella en que recibió a su amiga. Entonces, y sin más causa exterior que esta calma triste y dulce, una revolución pudo ocurrir en sus amores. Las cartas de Madama de Pontivy eran más raras, más abatidas, pues los recuerdos eran de pre- ferencia su principal alimento. Una especie de escrúpulo y de conveniencia era como un pretexto que ella buscaba al enfriamiento. La idea de su hija, todavía en el con- vento, pero que no tenía muchos años para deber salir, la idea de su marido, entonces en América y que tenía pocas probabilidades y acaso pocas intenciones de volver a Francia; pero de quien, después de la muerte del Re-