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480 MADAMA DE PONTIVY

primera vez. Una estatua del amor estaba también, pero el dios (sin duda para iluminar la noche) cruzaba sobre sus dos cabezas dos antorchas: “He aquí nuestro segundo amor —dijo él—, el otoño no ha llegado todavía”.

Tuvieron, de tal suerte, varias primaveras y en esta armonía restablecida hubiera sido difícil distinguir las diferencias primeras. El ardor de ella dejaba los matices, y las llamaradas de él iban a la pasión. La embriaguez que de ellos se apoderó era más igual, más dibujada, pero siempre embriaguez. El marido que estaba en las Antillas murió. Mas ya era tarde; se encontraban tan dichosos, tan amantes del pasado, que temieron alterar una situación definida de la que desaparecía el último recelo. Además, su hija había crecido y en el matrimonio de ella era en el que había que pensar. En efecto, se casó, y murió del parto de su primer hijo. Esto fué un gran dolor y los lazos entre ellos se estrecharon aun más si era posible, Así avanzaban hacia los años que pueden llamarse cre- pusculares y en los que el velc debe cubrir todas las cosas en esta vida, aun los mismos sentimientos que cada día - fueron más hondos y más sagrados.

15 marzo 1837.