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RETRATOS DE MUJERES “1

Madama de Duras vino en 1813, por el matrimonio de su hija, a París. La Restauración le causó gran alegría; pero ella la concebía a su manera y debió sufrir violenta- mente cuando la vió caer, como sentimos ver que se escapa algo que amamos. Su sociedad, gracias a su estancia en París, aumentó y se embelleció cada vez más. Sin hablar de sus salones, de Humboldt, Cuvier, Abel Rémusat, Molé, de todos los personajes que solamente tenían el mérito de ser aristócratas y diplomáticos; sin hablar de Chateau- briand, que acudía todas las noches, eran los habituales de Montmorency, de Villéle, de Barante; Vilemain era hacia el que Madama de Duras se sentía atraída, tanto por su prodigioso ingenio de conversación, como por sus opi- niones políticas moderadas de un solo liberalismo que ella podía admitir.- Talleyrand encontraba allí, pero con más juventud, una reproducción del círculo de la mariscala de Luxemburgo y de la mariscala de Beauvau, pero se que- jaba con galantería de este exceso de juventud, y decía que había sido preciso esperar quince años, por lo menos, para que la semejanza fuese más completa, En medio del brillo de esta sociedad, la salud de Madama de Duras se quebrantó mucho, y ya en 1820 no salía nunca de casa. Su alma había conservado frescura, sensibilidad, y las pasio- nes puras que se formaron en ella. Frente a los sufrimien- tos de su enfermedad se dispuso a sufrirlos y h. sta llegó a cobrarles cariño. Volveremos a hablar sobre esta fase de Madama de Duras.

Hasta aquí no hay ninguna huella en toda su vida de ensayo literario ni de intención de escribir, El azar la hizo autora. En 1820, una noche, había contado con detalles una anécdota histórica de una muchacha negra educada en casa de la mariscala de Beauvau. Sus amigos, encanta- dos con su relato, le dijeron: “Pero ¿por qué no escribe esa historia?” Al día siguiente, a mediodía, la mitad de la novela estaba escrita. Después le tocó el turno a Eduar- do, y luego a dos o tres novelitas no publicadas, pero que,