MADAMA DE STAÉL I
Después de las revoluciones que han cambiado las so- ciedades, tan pronto como los últimos ecos se callaron, nos complacemos en volver la vista atrás y ver cómo en las cimas que se destacan en el horizonte se aislan y se man- tienen serenas como divinidades ciertas grandes figuras. Esta personificación del genio de los tiempos en individuos ilustres, aunque separadamente favorecidos por la dis- tancia, no es, sin embargo, una simple ilusión de perspec- tiva: el alejamiento engrandece y da relieve a estos puntos de vista, pero no los crea. Existen muchos representantes de un movimiento social; pero al alejarnos, el número dis- minuye, desaparecen los detalles y sólo queda una sola cabeza que todo lo domina. Corina, vista desde lejos, se destaca mejor en el cabo de Misene.
La Revolución francesa, que en ninguna de sus crisis ha sentido la falta de grandes hombres, ha tenido tam- bién sus mujeres heroicas o luminosas, cuyo nombre va unido al carácter de cada una de las fases sucesivas. La sociedad pasada al acabar, ha tenido sus vírgenes y sus cautivos, que fueron coronados con vivos destellos en los calabozos y en los patíbulos. La burguesía, al resurgir, ha producido bien pronto sus heroínas y sus víctimas. Más
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