(volviendo a su sitio)
¡Ni yo, tampoco! ¡Continuemos, al final vendrán las alabanzas! (En tono confidencial). Le ruego que se ponga de lado, porque de lo contrario, entre las obscuridades del diálogo y lo poco que oiría el público, lo echaríamos a perder. (Palmotea de nuevo). ¡Atención, otra vez, señores! ¡Comencemos!
Perdone un momento, señor Director. ¿Me permite usted que coloque la concha? Corre aquí un airecillo...
Sí, sí, como usted quiera.
Entretanto, el Avisador habrá entrado por la puertecilla del escenario, y caminando de puntillas, hará un rodeo hasta cercarse al Director de la Compañía; se quitará la gorra galoneada, y se aproximará a la mesita. Durante esta maniobra, habrán entrado también por la puerta ya indicada, Los Seis Personajes y se detendrán en ella, de modo que el Avisador, cuando los anuncia al Director de la Compañía, pueda indicar que están allá, en el fondo, donde ya al aparecer, una extraña y levísima luz, apenas perceptible, surgirá en torno de ellos y como irradiada por ellos mismos: ténue hálito de su fantástica realidad.
Este nimbo de luz se desvanecerá cuando avancen para ponerse en contacto con los actores. Conservarán, sin embargo, como una cierta levedad de sueño, de la