Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo III (1819-1820).djvu/468

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SENADO CONSERVADOR

¿Qué frutos ventajosos puede esperar la sociedad de la educacion que se da entre nosotros a las jóvenes del primer rango? Unas madres vanas, disipadas i culpables a veces de intrigas criminales, ¿cómo han de poder enseñar a sus hijas reglas de sabiduría, modestia i pudor? ¿Cómo les han de dar estas madres insensatas, lecciones de recato, prudencia i economía? Es imposible: lo que hacen es alejar de su lado a unos testigos importunos de sus propios desarreglos, confiando la educación de sus hijas a otras personas, a reclusas destituidas de toda esperiencia, separadas de la sociedad, ignorantes, crédulas, supersticiosas, llenas de pequeneces i preocupaciones. ¿Este es el modo de formar buenas ciudadanas, esposas capaces de merecer la estimacion i de fijar el corazon de sus maridos, i buenas madres de familia?
Un poco de música, baile i adornos, ved aquí a lo que se reduce comunmente la educacion de una joven, destinada a vivir en la buena sociedad. Es menester observar aquí las contradicciones palpables que presenta esta educacion. Por una parte, hacemos consistir el honor de una jóven en la reserva, el pudor, la decencia, i sobre todo en la conservacion de su inocencia; i por otra, el gusto del adorno i de la coquetería que la inspiramos, parece que la excita a desprenderse de toda reserva i de aquella inocencia que le habíamos manifestado que era su mayor tesoro i el adorno mas bello de su mocedad.
Instruida de este modo la muchacha, i falta de esperiencia, la mandan imperiosamente sus padres que pase a los brazos de un hombre que no conoce, i cuya tiranía, indiferencia i mala conducta la conducirán quizá mui pronto a consolarse de sus pesares habituales con la disipacion i el vicio.
Así vemos que unos padres inhumanos obligan muchas veces a su hija a contraer el matrimonio mas contrario a su inclinacion, i conducida como una víctima al altar, es obligada a jurar en él un amor inviolable a un hombre por quien no siente nada, a quien no ha visto jamas, o que quizá aborrece. Es entregada al poder de un amo, que contento con poseer por un instante su persona i gozar de su dote, la contradice en todo, no la atiende en nada i se hace odioso por sus malos modales i su poca consideracion, induciéndola al mal, muchas veces con su ejemplo i su dureza, como único medio que la queda de vengarse de un déspota, que es árbitro de su suerte. El himeneo no le ofrece ningunas dulzuras; no le presenta sino cadenas que la relijion ha hecho indestructibles i que la infeliz que las arrastra baña continuamente con sus lágrimas, a ménos que a costa de su virtud trate de aliviarlas con sus desarreglos. ¡Padres bárbaros! ¿No sois vosotros quienes, vilmente guiados por un interes sórdido, forzáis al crímen, o sumerjis por toda su vida en la desesperacion a unas hijas, cuya felicidad debíais proporcionar? En vuestras alianzas no consultais mas que vuestra loca vanidad o vuestra vergonzosa avaricia: ¿no consultareis nunca el bienestar de vuestros hijos?
La condescendencia, la estimacion, la amistad, el deseo de agradar, son mas necesarios que el amor a la felicidad de los esposos. Mas, como la estimacion no puede estar fundada sino en las cualidades del entendimiento i del corazon, éstas son las únicas que pueden proporcionar al himeneo una serenidad constante. El amor es una flor tierna que el mas leve soplo puede marchitar, cuando, por el contrario, la estimacion es un árbol de profundas raíces que resiste a las tempestades. Si el salvaje i el hombre privado de razón no ven en la union conyugal mas que el goce brutal de algunos placeres pasajeros, el hombre sensato quiere encontrar al lado del objeto querido, ademas del goce, unos placeres duraderos, mui superiores a los momentáneos, i, por consiguiente, al elejir una esposa, consultará mucho mas las prendas del corazon que unos encantos fujitivos, que pueden perderse por tantas causas. Los años no perdonan a la belleza, pero sí respetan la virtud, i ésta sobrevive a sus estragos.
¿Qué juicio debemos, pues, formar de las máximas estravagantes que se hallan establecidas en algunas naciones corrompidas, en donde se trata de bagatela la infidelidad conyugal? ¿No produce ésta el efecto de destruir toda estimacion, toda confianza, toda amistad, entre unos séres que están destinados a vivir juntos? ¿Puede hacerse un insulto mas manifiesto al buen sentido de una mujer casada, que atreverse con impudencia a solicitar sus favores? El amante que ella se gloría de ver algunas veces a sus piés, ¿no la convida a que sacrifique de golpe la felicidad de toda su vida, a su vanidad i a su capricho pasajero? ¿Es acaso amar a una mujer el decirle: "para honrar mi triunfo, para proporcionarme algunos instantes de placer, perded para siempre la estimacion i el afecto de un esposo, de quien depende vuestra felicidad diaria: para complacerme, haceos odiosa i menospreciable a los ojos del hombre cuya estimacion teneis el mayor interes en conservar. Despreciad la opinion pública que, a pesar de lo depravada que es, no dejará de infamaros, insultando a vuestra frajilidad. Confiad a unos criados mercenarios vuestra criminal intriga i convertidlos en amos vuestros, haciéndolos depositarios de vuestros vergonzosos secretos..."?
Tales son, no obstante, los efectos de la infidelidad conyugal. ¿I cómo ha podido depravarse la opinion hasta el grado de tratar con lijereza un crímen que es bastante para destruir sin retorno el bienestar de toda una familia, para romper el mas dulce de todos los vínculos, para hacer del matrimonio un yugo insoportable, i pervertir a la posteridad con ejemplos adecuados para hacerla menospreciar la decencia i la virtud? De este modo la fuente que debiera dar ciudadanos a la Patria, está viciada, i no le presenta sino séres corrompidos. Sin embargo, semejantes